Y sí, llegó el mes más esperado por casi todos los mexicanos pero no de todos, habrá uno que otro (al igual que yo) les da igual si es septiembre o marzo.
Desde que tengo uso de razón, la conmemoración del grito de independencia se me ha hecho pura presunción de los presidentes –y gobernadores- en turno y ridiculeces para hacerse notar, yo nunca lo he celebrado, tal vez en alguna ocasión, pero fue cuando no tenía tanto uso de razón y me uní con mi gente para comer, gritar, y quién sabe que más otras cosas que realizan los que les llena el corazón de nacionalismo.
Es más, creo que ese día, bueno el 16 de septiembre y 20 de noviembre, sólo sirven y fueron creados para no ir a trabajar o a la escuela, así de fácil.
Mientras que el gobierno trata de bombardearnos con pósters, flyers, spots en la televisión, comerciales mediocres de radio para festejar en grande 100 y 200 años de libertad, la situación del país no cambia y si seguimos de fiesta, menos lo hará.
Sólo basta salir a la calle para ver nuestra realidad; sí, en efecto el gobierno adornó muy lindo las calles de la Ciudad de México para que los mexicanos nos deleitemos la vista y nos envolvamos en un ambiente festivo pero es imposible “emperifollar” la pobreza y sobre todo, vestir de gala la inseguridad que vivimos todos los días.
Y ya me imagino, como sucede todos los años, después de la fiesta cuando la mayoría de los mexicanos estén desvelados disfrutando su sueño, algunos con la pesadez de la cruda; los trabajadores de limpieza de las diferentes zonas de nuestro país tendrán que decidir qué hacer con tantas toneladas de basura creada que sirve para homenajear la libertad que tenemos pero, no puedo generalizar, la mayoría no tiene conciencia de todos los desperdicios que se generan.
Yo no celebraré, ya que yo no tengo algo que festejar, ni por los personajes históricos que me dieron “mi libertad”, ni por los héroes que están más allá del bien y del mal, díganme pesimista o que no tengo alma festiva pero no creo que valga tanto la pena, al menos en esta ocasión.
Así que a celebrar lo incelebrable, la fiestecita que costó al menos 2 mil 900 millones de pesos que a mí manera de percibir las cosas se hubieran aprovechado de una mejor manera.
Y bueno, si ustedes piensan que hay algo que celebrar pues agréguenle porras a los asaltos que invaden a nuestro país desde el norte hasta el sur; chiflidos de alegría a los miles de secuestros; aplausos para el fantasma de la corrupción que no se quiere ir; miles de “olas” para la falta de trabajos; serpentinas para las injusticias creadas por los burócratas; y confeti a nuestros gobernadores que sólo van a calentar su lugar mientras nos presumen que trabajan.