No es nada fácil verse reflejado arriba del escenario y en estas dos obras de teatro me sucedió, tenía que verlas, han ocurrido muchas cosas en mi vida que me han movido el piso, me han desestabilizado, desmotivado, "puesto en jaque", que después de darle vueltas a mi vida descubrí que necesitaba luz, muchas lágrimas (más de las que ya había derramado) y voces en el exterior que me siguieran sembrando esas ganas de seguir de pie.
La de ¡A Vivir! ya la había visto hace un par de años pero sin duda fue diferente a lo que recientemente disfruté en el escenario del Teatro Ofelia con Odín Dupeyrón, él muestra la importancia de ser uno mismo el responsable de su propia vida, de disfrutar lo que tienes en las manos y lo fundamental que es la libertad en todas las etapas de nuestro camino.
El monólogo narra la historia de Marciano, quien está terminando un curso de superación personal y va a dar su testimonio a través de recuerdos de su infancia, los que vivió con su madre, un ser totalmente desconectado de la realidad y por el otro lado, un padre casado con las formas clásicas de comportamiento y miedoso de ser libre.
Conforme va transcurriendo la obra, todas sus experiencias resultan divertidas, emocionantes y/o dolorosas, pero lo que sí es un hecho es que al menos algo que diga el actor en este show que dura aproximadamente dos horas, te va a vibrar algo y creánme que en mi lo hizo. Y no sólo fue una semilla, fueron varias las que sembró en mí.
Es una puesta en escena tan particular que a cada espectador lo deja con una serie cuestionamientos sobre su propia vida, no importando cuántos años tengas, qué género seas, si eres de Polanco o del Pedregal, cuál sea tu estilo de vida, el personaje te va llevando de la mano para que (re)conozcamos a sus seres queridos.
Es un espectáculo que habla de la vida, de cómo la defiendes, cómo la vives; sin ser pretencioso ni un curso de superación personal para darte una guía y decirte qué debes o no debes de hacer, simplemente abrirte los ojos y si lo quieres lo tomas... o dejas que el tiempo transcurra.
A su vez, "Veintidós, Veintidós" fue la que me movió más, no paraba de llorar, de disfrutarla, de "caerme veintes" y de abrir los ojos de lo que tengo, de lo que hoy puedo tocar, ver, disfrutar, respirar, compartir.
El personaje de Erika Blenher, Verónica, atraviesa una de las peores crisis de su existencia, misma que lo lleva a tomar una de las decisiones más difíciles, en este proceso se encuentra con un singular ser que se hace llamar ATT (Odín Dupeyrón) quien la llevará a confrontar y a entender los mejores y peores momentos de su vida.
La obra no aborda el suicidio desde un punto moralista, al contrario, se basa en analizar las circunstancias que rodean cada situación y analizar que los términos “bueno “o “malo”, son meramente circunstanciales.
Es un tema que en definitiva, para ser francos, había pensado millones de veces, no me importaba ser tachado de "cobarde o valiente", me daba igual, pero después de ver la puesta en escena, no es que haya cambiado de opinión sino que me dio "jitomatazos" para que me diera cuenta de todo lo que tengo, poco o mucho, da igual, a quienes tengo a mi alrededor y disfrutar segundo a segundo que respiro, me muevo y millones de cosas más que un ser supremo me ha regalado.
Y sí, en efecto, es muy complicado verse ahí, en ese escenario pero qué más da, si cómo está llevada la narrativa te deja algo y a mí, no sólo me dejó aprendizajes, si no un remolino de ideas y de bofetadas que sigo digiriendo para (simplemente) ¡Vivir!