Hay obras que te dejan pensando acerca de lo que sucedió en el escenario, otras te dejan un dolor de estómago de tanto reírte pero las más cautivadoras son las que te duelen, las que te dejan todo un remolino en el corazón y huellas de lágrimas secas en las mejillas y esto de alguna forma fue lo que me sucedió al disfrutar “Duele”, la narrativa amorosa de Diego (Osvaldo Benavides) y Karina (Ludwika Paleta) quienes se conocen desde niños pero que no necesariamente son una pareja sentimental, son "simplemente amigos" que empiezan a tener una relación muy profunda, son unidos pero a causa del dolor físico, del emocional.
Este proyecto que se desarrolla en el Teatro Ignacio López Tarso del Centro Cultural San Ángel, narra la singular historia de una niña y un niño que llegan a la enfermería de su escuela, porque ella padece un fuerte dolor de estómago y él tiene golpes en el cuerpo, debido a que saltó del techo a bordo de su bicicleta. Y éste acontecimiento es sólo el principio de una singular historia de amor.
Este proyecto que se desarrolla en el Teatro Ignacio López Tarso del Centro Cultural San Ángel, narra la singular historia de una niña y un niño que llegan a la enfermería de su escuela, porque ella padece un fuerte dolor de estómago y él tiene golpes en el cuerpo, debido a que saltó del techo a bordo de su bicicleta. Y éste acontecimiento es sólo el principio de una singular historia de amor.
30 años son los que
pasan para que veamos a estos personajes reencontrarse en repetidas ocasiones a
lo largo de su vida donde las heridas emocionales y físicas son constantes ya sea porque alguno tiene conjuntivitis, náuseas o una crisis nerviosa. Ellos cambian no sólo físicamente
sino también en su manera de pensar y tal vez de sentir, ese sentir que los une
y al mismo tiempo termina separándolos.
Aunque son sólo 8 las escenas que nos llevan a conocer y a descubrir la vida de una pareja de amigos que se cuidan, se quieren, pero a la vez se lastiman y hieren; están llenas de una exploración acerca del concepto del dolor en diversos niveles: el dolor que podemos sentir ante el dolor de quien amamos, el dolor que llevamos arrastrando desde que éramos infantes o aquel que quizá tendremos a causa de nuestras decisiones.
Ambos actores brillan, cada uno tiene su espacio y sus grandes destellos de genialidad, que además de trayectoria tienen un rango tan grande que en esta ocasión
pueden interpretar un niño de 8 años hasta un adulto de 38, pasando por la adolescencia;
cada uno posee la habilidad de realizar un recorrido en el tiempo. Realmente no estás viendo ni a Ludwika ni a Oswaldo sino a dos niños en el escenario, está perfectamente bien estudiado, desde los
movimientos, las palabras, y las expresiones, hasta la manera de comportarse, claro,
sin caer en la burla.
Y esto, además, es gracias al director que
visualizó perfectamente y trazó la historia correctamente, se observa un gran trabajo
detrás y cada vez que veo algún trabajo de Diego del Río, lo respeto más. Me acuerdo
que me tocó entrevistarlo cuando estaba montando “Espejos” y había algo en su
forma de hablar, en sus ojos, que se veía que le encantaba el teatro que quería estar ahí y
no dudo que a lo largo de su vida siga realizando trabajos maravillosos como
“Duele” o “Wit: Despertar a la vida”.
Aunado a esto, hay dos músicos en vivo quienes son la guía de la historia, acompañados por dos guitarras y un teclado, su interpretación entre escenas ayudan mucho a las transiciones y uno de ellos ambienta ubicándonos en qué momento de la vida de los personajes "estamos".
Tal vez no sé mucho de escenografía pero ese dispositivo giratorio creado por Jorge Ballina está increíble porque permite recrear cada una de las escenas, desde el hospital psiquiátrico hasta una funeraria. Es sencilla pero exacta, le da mucho movimiento y permite a los intérpretes mostrar lo que tienen. A los costados hay dos estructuras para que estos, frente al público, se cambien de vestuario, detalle que denota un gran trabajo porque cada atuendo habla por sí solo, posee parte de la historia.
Y perdón, pero lo tengo que plasmar, lo que también me duele es la gente irrespetuosa del trabajo de los demás. ¿Por qué lo digo?, porque cuatro ocasiones sonaron diferentes celulares. No puedo creer que a pesar de que en el programa de mano se les pide amablemente apagar su teléfono y nuevamente se los solicita antes de empezar la obra, no lo hacen. ¿Para qué lo dejan prendido? ¿esperan a que no suene o de plano, no saben hacerlo? Esto ya no debería suceder, al menos por una simple consideración ante los intérpretes y el público, es sumamente molesto y más cuando lo dejan sonar varias veces WTF! Sé que el sentido común es el menos común de los sentidos pero ante estas acciones ya se debería hacer algo más radical. Perdón pero este tema sí me enoja demasiado, sobre todo cuando es una puesta en escena que estás disfrutando.
La obra basada en "Gruesome Playground Injuries", del dramaturgo estadounidense Rajiv Joseph obtuvo no sólo aplausos de pie, sino también risas y caras de alegría y estoy seguro que estarán en cada una de sus representaciones, porque se ve que se realiza con toda el alma y con toda la intención de dejar una huella en el corazón de los presentes.
"Ojalá pudiera hacer en ti lo que tú haces en mí"