Hay de familias a familias, y hoy en día ya no existe la llamada perfecta, y si conocen a una háganmelo saber para que la pongamos en el Libro Guinness y esto lo menciono porque después de haber visto varias relaciones consanguíneas en el teatro como en "El Juego de la Silla" o "El Loco y la Camisa", tengo que decir que quien se la gana a todas es "La Omisión de la Familia Coleman" ya que son lo menos tradicional que te puedas imaginar, ¿y saben? y no lo pretenden ser; al contrario, se enorgullecen de lo que son, y cómo se tratan el uno al otro.
¡Qué gran texto!, eso fue lo que expresé cuando se encendieron las luces y toda la sala empezó a aplaudir a cada uno de los actores que participan en la obra dirigida por Sebastián Sánchez Amunátegui; y es que es la verdad, es un guión muy disfrutable, lleno de verdad, con gran significado para quienes hayamos pasado en una situación similar o al menos conocido a personajes parecidos como los que se muestra en el Teatro Milán.
Con más de 10 años de haberse escrito por Claudio Tolcachir, esta obra parece que si se hubiera creado ayer por lo bien tratado que se expone, una familia más que disfuncional, con muchos más problemas que los tuyos y los míos; con hechos fuera de lo común que pudieran ser caricaturescos pero la vida es así, de repente los tintes con los que se permea una situación no son del tono que pensábamos y nos desestabiliza y esto es lo que pasa cada cinco minutos.
La actriz Concepción Márquez es una reina en escena, conoce con exactitud la energía escénica y la transmite a través de una abuela mexicana que es ciega ante algunas cosas que suceden a su alrededor porque simplemente ama a su familia por sobre todas las cosas y las quiere unida, conoce con qué pié cojea cada uno de ellos
Confieso que el papel de madre, Sandra Burgos, lo odié en un inicio pero conforme van transcurriendo los minutos te das cuenta de ciertas circunstancias que hacen que entiendas a ese personaje aunque esos zapatos sean demasiado chicos para que te los pongas y la actriz, en definitiva lo realiza con una gran exactitud.
Me pongo de pie ante el desarrollo desde un inicio hasta el final, del personaje de Mario, abordado por Daniel Breton y es está fascinante, posee toda la verdad en cada una de sus palabras, no explican qué padecimiento posee pero no importa ya que ante las acciones, la comunicación no verbal, sus exclamaciones nos dicen mucho de este hijo que sólo quiere una verdadera atención. ¡Qué gran desarrollo!
No puedo dejar de mencionar al chofer (Guillermo Collard) con su voz, frases, actitud, se lleva la obra, hace que todo este caos reflejado tenga un pequeño respiro y un taco de ojo; y el médico (Andrés Palacios) quien sin duda es el ojo clínico que si teníamos alguna duda de algo, él no los hace saber y pone los puntos sobre las íes.
Hay ciertos detalles que no me agradaron del todo, como el personaje de Damián, considero que no aporta nada, no lo entiendo, sólo está para pelear porque no posee un trasfondo, sólo nos enteramos que es mellizo y que se apropia de los objetos pero nada más, no le echo la culpa al actor Cayetano Arámburo ya que el guión así lo ha de dictar, pero sí molesta que cada vez que aparecía en escena me brincaba porque al final quería varias explicaciones, alguna justificación de su comportamiento con su madre.
Por otra parte, Maité Urrutia y su tono de voz, me movieron mucho, en ocasiones sentía sus movimientos muy mecánicos, la sentía muy rígida, a veces no aportaba mucho, considero que su desarrollo pudo haber sido otro; y es muy contrastante con el desarrollo que realiza Inés de Tavira, como la hija responsable, que en sus primeras participaciones no se entiende muy bien pero conforme avanza la historia te sorprendes de lo frágil y madura que puede llagar a ser. Buen trabajo, sin duda.
El final, tengo que decirlo, es desolador, frío, sin esperanza, tan lleno de soledad que te deja con la boca seca al salir del Teatro Milán y pensar que qué es lo realmente importante, con quienes vivo, con quienes realmente me relaciono, qué es lo que estoy aportando a mi familia o al menos si lo que estoy viviendo con ella es disfrutable o no.
"Demasiada locura para mí"