Ya sé, ya sé, sé perfecto que si me conoces muy bien, incluso, si no tanto, sabes que no me gusta el futbol, lo odio, porque es un asunto que no escondo y nunca lo he hecho, eso no es novedad, lo fue hace casi tres décadas y lo retomo porque acabo de disfrutar una obra de teatro que lleva más de cinco años presentándose en diferentes lugares, la cual aborda de alguna manera esta situación: "Bambis Dientes de Leche".
Y es que sí, cuando lees el título de la puesta en escena, no sabes de qué va, tratas de imaginarte mil cosas, te le quedas viendo al cártel pensando por qué se llama así, pero no entiendes hasta que estás ahí viviendo en la piel de un niño nacido en 1981 y disfrutando de esta peculiar narrativa que te lleva a sus primeros años de vida.
El monólogo creado y protagonizado por Antón Araiza, narra la historia de Juan, un pequeño de escasos cinco años, que se sabe diferente, por diferentes situaciones, entre ellas que no le gusta el balonpié y es que el problema no es que no le encante sino que hay cierto miedo de expresarlo porque vive en un ambiente de "panboleros de corazón", desde sus padres, escasos amigos, compañeros de clase hasta miles de personas que siguen la transmisión del Mundial México 86.
La historia inicia días antes, o para ser exactos, cinco meses antes de su fiesta de cumpleaños número 5, evento que será pieza clave para descubrir y aceptar su verdadera vocación ya que la influencia de los integrantes de su familia en sus decisiones poseen mucho peso y de alguna manera no le gustaría decepcionarlos o verlos tristes.
Al actor ya lo he visto en otras obras y basicamente es la razón por la cual me atreví a ir a esta temporada en Teatro La Capilla, y no me arrepiento, al contrario, su interpretación es audaz, minuciosa, entrañable, posee un humor muy singular, sus movimientos con las manos, con los brazos pero sobre todo con los pies, mil respetos para narrar parte de un partido, trapeando, bailando, dándose vueltas. Sólo pensé admirado: ¡qué condición ha de tener! Lo tienen que ver.
Araiza inicia de una manera un poco tímida, tal vez muy sombría, pero sin duda, posee una gran evolución en menos de 60 minutos para llevarte a otro nivel, para hacerte un recorrido de lo que el niño vivió, sufrió, amó, experimentó pero sobre todo en lo que se convirtió gracias al sonido de un par de zapatos.
Esa pareja que no es para cualquiera, a Antón le quedan exactos, sin duda alguna, no se los puede poner otro actor ya que el eco que harían no sería el mismo y el resultado, quizá fuera menos silencioso.
Esa pareja que no es para cualquiera, a Antón le quedan exactos, sin duda alguna, no se los puede poner otro actor ya que el eco que harían no sería el mismo y el resultado, quizá fuera menos silencioso.
Un piso de lona, un trapeador y una cubeta azul son los únicos elementos escenográficos que acompañan al actor en el escenario y son más que suficientes para atraparnos en esa historia que la sentí tan mía, me identifiqué con él, aunque afortunadamente a mí no me metieron a ningún equipo de balonpié, imagínense hubiera estado más traumado, como el niño que duro varios años jugando en el América, en un equipo que le da nombre a la obra.
Lo que sí puedo decir es que si eres futbolista de corazón, la vas a disfrutar por todos los datos, acontecimientos, reacciones que suceden en el escenario, perdón, en la cancha; pero si tú eres de mi "club", no lo vas a disfrutar, te va a encantar, por todo lo que el teatro puede provocar, mover e inspirar.
Lo que sí puedo decir es que si eres futbolista de corazón, la vas a disfrutar por todos los datos, acontecimientos, reacciones que suceden en el escenario, perdón, en la cancha; pero si tú eres de mi "club", no lo vas a disfrutar, te va a encantar, por todo lo que el teatro puede provocar, mover e inspirar.
"Por lo general ponemos atención a lo que no tenemos".