Un amor con sabor a melocotón

El amor tiene muchas texturas, una infinidad de colores y ni se diga de sabores, pero lo que vivieron los protagonistas de "Llámame por tu Nombre", si lo pudiéramos categorizar de alguna manera, sería a melocotón, en su cuerpo, en su memoria, en su alma, en su corazón, en su verano, en su vida; ya que su historia se ve envuelta entre árboles repletos de estas jugosas frutas, se escoden tras de ellos, disfrutan del sol semidesnudos y juguetean en el río, teniendo a este vegetal como uno de sus grandes testigos.
Esta historia se desarrolla en el verano de 1983 en una villa del norte de Italia, cuando en la vida de Elio (Timothée Chalamet), un adolescente privilegiado de 17 años que se la pasa casi devorando libros al lado de la piscina, observando el cielo, tocando el piano y fumando, se ve trastocada tras la llegada de un estadounidense de siete años más grande que él, Oliver (Armie Hammer), que invade su vida y también su habitación por seis semanas para ayudar a su padre en un estudio académico.
La primera vez que el joven observa al inquilino quien está dotado de una llamativa personalidad: es rubio, alto, de ojos azules y posee un cuerpo con proporciones casi perfectas; es desde el ventanal de su habitación, y es aquí donde inicia una aventura de exploración acerca de quién es, qué no le gusta, qué le apasiona, qué le incomoda y qué le alborota, en todos los sentidos.
Esos sentidos que hace que se aburra en el verano (y de paso en el invierno), de sus padres, de los amigos de sus papás, de las tardes de sol, de las fiestas y de la vida, como todo buen adolescente haciendo que en ese año todo sea diferente, el veinteañero podría ser su diversión, lo único que lo anima para estar, su único objeto de deseo.

Llámame por tu Nombre” trasciende más allá del tema de la homosexualidad, que en efecto, está a lo largo del filme pero la narrativa va un paso adelante muy ingenuamente, es la autoexploración de sí mismo, las –quizá- confusiones creadas por sensaciones desconocidas para él; aborda de ese primer amor lleno de colores que se ven desbordados ante tus ojos.

Las secuencias, especialmente de los paisajes, podrían parecer un poco lentas para muchos pero al terminar de ver el filme creado por Luca Guadagnino te das cuenta que es un personaje más, que está ahí para brindarles eco; esos momentos que los vieron recorrer en bicicleta; que se descubrieron por vez primera; que nadaron juntos; que platicaron de sí mismos.

Se agradece la ambientación del largometraje, lleno de música ochentera, el vestuario, la música, la forma de bailar, que aunque sí, es un pequeño pueblo donde "no pasa nada", el creador lo realiza de una forma exacta, para que ese verano que inició hace casi 35 años no termine nunca, al menos para la pareja protagónica.

Lo tengo que mencionar, y lo hago porque estamos acostumbrados a varios filmes, catalogados como “gay” donde algún personaje enferma, es golpeado por alguien que no sabe quién es, es rechazado por una persona de su entorno; o tiene que sufrir las consecuencias de su salida del clóset; pero aquí no pasa nada de lo anterior, entiendo que son sucesos que han ocurrido y que siguen pasando, desafortunadamente; pero esta historia enaltece una línea muy rosa de dos personas que se encuentran y disfrutan ese momento de una manera muy casual.

El final no es que no me haya gustado, fue aceptable y coherente por lo que se desarrolló en el largometraje, pero yo le hubiera cortado los últimos cinco minutos para que la escena previa a esta fuera el desenlace; es una gloria, realmente, no quiero escribir detalles porque no me gustaría arruinarles una conversación de esa magnitud, tan profunda, tan sincera y llena de incomodidad, yo no había visto en el cine un diálogo así; cuando la vean me darán la razón.

"Quédate con la felicidad que sentiste"