Qué sensación tan fuerte y frustrante ha de ser estar en un lugar que te causa un sentimiento de asfixia, esa sensación de querer salir sólo por el hecho de estar ahí, de necesitar más aire; ahora, echa a volar tu mente y piensa que ahí mismo hay otros dos seres que como tú, viven y conviven día y noche, y que de alguna manera quieren pero no pueden correr, esto es lo que, de alguna manera, produce "El Zoológico de Cristal", de Tennesse Williams, cuyo texto es expuesto minuciosamente en el Teatro Helénico.
La historia aborda la vida de una familia estadounidense de los años 30, en la cual no existe el padre, y la madre no acepta a sus hijos como son y debe lidiar, por un lado, con la discapacidad física e inmadurez emocional de su hija Laura y, por el otro, Tom, un poeta frustrado, quien es la solvencia económica y debe trabajar en una fábrica.
El texto que es dirigido por Diego del Río es por demás interesante, inundante y atemporal, en el sentido que a pesar de que la historia se desarrolla hace casi un siglo, es tan audaz como su propio autor, que no posee una fecha en específico para que exista identificación, esta familia te la puedes topar en casi cualquier colonia de la Ciudad de México, porque está llena de verdad y aristas que nos han seguido fracturado a lo largo de los años.
Las actuaciones son precisas, angustiantes, reveladoras, simplemente magistrales, los cuatro intérpretes embonan perfecto; nunca había percibido a Blanca Guerra de esta manera, su pasión al pisar el escenario emana gran sutileza y entrega, lo que dice pero sobre todo como lo dice, impacta, te hace reír o incomodar y eso es realmente plausible.
Por su parte, Adriana Llabrés es minuciosa y detallada; Pedro de Tavira no importa que en su sangre habite la pasión del teatro, él lo hace de una manera interesante, desbordante que se agradece; y la calidez y profesionalismo de David Gaitán no tiene límite, cuando él aparece existe un halo de esperanza; ahora sólo me falta verla con su alternante, Mariano Palacios.
La escenografía de Jorge Ballina me encantó, cuando entras al recinto sureño ves un aparador encendido pero no alcanzas distinguir bien qué es, hasta que las luces se prenden para mostrarnos en dónde se desarrollará la historia, inmediatamente sientes esa opresión, ese sentimiento de asfixia y no ha sucedido nada, aún, y eso se agradece por que los colores, las texturas y la iluminación son un personaje más que apoya toda la narración.
Cuando se asiste al teatro seguramente es por diversión, entretenimiento o para olvidarse de lo que está pasando fuera del recinto y en esta ocasión cuando fui a ver "El Zoológico de Cristal", mis emociones estaban a flor de piel, tenía la garganta llena de ansiedad, las incógnitas que habitaban mi mente crecían pero desafortunadamente no las pude dejar a un lado y la combiné con lo que pasaba en el escenario.
Y tal vez fue por eso que sentí que existió mucha identificación, no con un personaje en especifico sino con varias situaciones para que al final mi mente explotara.
La historia aborda la vida de una familia estadounidense de los años 30, en la cual no existe el padre, y la madre no acepta a sus hijos como son y debe lidiar, por un lado, con la discapacidad física e inmadurez emocional de su hija Laura y, por el otro, Tom, un poeta frustrado, quien es la solvencia económica y debe trabajar en una fábrica.
El texto que es dirigido por Diego del Río es por demás interesante, inundante y atemporal, en el sentido que a pesar de que la historia se desarrolla hace casi un siglo, es tan audaz como su propio autor, que no posee una fecha en específico para que exista identificación, esta familia te la puedes topar en casi cualquier colonia de la Ciudad de México, porque está llena de verdad y aristas que nos han seguido fracturado a lo largo de los años.
Las actuaciones son precisas, angustiantes, reveladoras, simplemente magistrales, los cuatro intérpretes embonan perfecto; nunca había percibido a Blanca Guerra de esta manera, su pasión al pisar el escenario emana gran sutileza y entrega, lo que dice pero sobre todo como lo dice, impacta, te hace reír o incomodar y eso es realmente plausible.
Por su parte, Adriana Llabrés es minuciosa y detallada; Pedro de Tavira no importa que en su sangre habite la pasión del teatro, él lo hace de una manera interesante, desbordante que se agradece; y la calidez y profesionalismo de David Gaitán no tiene límite, cuando él aparece existe un halo de esperanza; ahora sólo me falta verla con su alternante, Mariano Palacios.
La escenografía de Jorge Ballina me encantó, cuando entras al recinto sureño ves un aparador encendido pero no alcanzas distinguir bien qué es, hasta que las luces se prenden para mostrarnos en dónde se desarrollará la historia, inmediatamente sientes esa opresión, ese sentimiento de asfixia y no ha sucedido nada, aún, y eso se agradece por que los colores, las texturas y la iluminación son un personaje más que apoya toda la narración.
Cuando se asiste al teatro seguramente es por diversión, entretenimiento o para olvidarse de lo que está pasando fuera del recinto y en esta ocasión cuando fui a ver "El Zoológico de Cristal", mis emociones estaban a flor de piel, tenía la garganta llena de ansiedad, las incógnitas que habitaban mi mente crecían pero desafortunadamente no las pude dejar a un lado y la combiné con lo que pasaba en el escenario.
Y tal vez fue por eso que sentí que existió mucha identificación, no con un personaje en especifico sino con varias situaciones para que al final mi mente explotara.
Qué extraño es que te pegue tanto ciertas situaciones plasmadas en el escenario, que te envuelvan, que te empalaguen, que te sacudan, que te hagan decir basta; ese basta tan incómodo y a la vez tan energético que hace que te muevas del asiento, que impulsa para que no te puedas estar quieto y sobre todo que lo hagas, cuando sales a la calle y enfrentas tu realidad. ¡Gran catarsis!
"Cuando en verdad me vaya, no será al cine"