Ésta frase la escuchas a los pocos minutos de haber empezado la obra de teatro "Instinto", y en efecto, una foto hará que tus seguidores reaccionen favorablemente a mil por hora, o también tener otro tipo de consecuencias, y es que en nuestras redes sociales sólo mostramos lo que deseamos que se vea, que se enteren, que comenten, por eso siempre hay filtros, esos aspectos que impiden que subas alguna imagen con los ojos cerrados, despeinado, mostrando una arruga, con un granito, con la única finalidad de llenar esos vacíos, que no quisiéramos mostrar.
Aquellas múltiples carencias latentes, escondidas, que pueden ir apareciendo poco a poco, sobre todo en algún momento de estrés, de ansiedad, de inestabilidad, de depresión o en su defecto, en el pasillo 5 de una tienda de autoservicio de 24 horas.
Sitio en el que se podrían mezclar la soledad, la tristeza, la esperanza, el amor filial, la fragilidad, tal como les sucedió a los cuatro protagonistas de esta historia escrita y dirigida por Barbara Colio, desarrollada en el Teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque.
Historia que explota, en múltiples sentidos, cuando un hombre rarámuri (Roberto Sosa) abre una bolsa de pan para tomar sólo los que necesita para llevar a su casa, y es en este momento donde un fotógrafo (Tizoc Arroyo), una mesera (Francesca Guillén) y una corredora de bolsa (Paula Watson), son quienes quieran o no, dejarán expuesto la velocidad en la que viven y el fin por lo que respiran día a día.
Los aparentemente desconocidos se mueven a su propio ritmo, con un fin en específico, a correr a lo largo y ancho de toda la bodega de un centro comercial y se detienen para contarnos parte de su vida, parte de su vacío, parte de sus experiencias, que si no fuera por el tiempo que se detuvo, quizás, no lo hubiéramos sabido.
La actriz que también participó en "Tal Vez Mañana sea un Día Cualquiera", está maravillosa, así lo tengo que remarcar, la forma en que aborda su personaje es un deleite, un gozo ver lo que realiza, a escasos metros de distancia, observas su mirada, su actitud y la piel que suda soledad, y al mismo tiempo esa altivez por la que camina.
Por su parte, tengo que mencionar que Guillén es enorme, me sorprendió gratamente, no me quedaba ninguna duda que lo iba a realizar de una forma puntual e hizo más allá; emite esa ternura e ilusión que sólo una estrellita de una caja puede menguar.
Sosa interpreta a un rarámuri, cuya manera de pensar puede ser la más compleja de todas y al mismo tiempo la más sencilla. Es muy grato poder disfrutar el trabajo del actor porque su personaje es tan serio, tan natural, tan lleno de verdad, tan trabajado.
Por su lado, Arroyo, deja huella en cada paso que da, en las respiraciones profundas que emite, en esa insospechada vida del personaje que quiso compartir.
Al ser un espacio tan grande, en cuanto llegas y te sientas en tu butaca, ya te involucras, te sientes en una de esas tiendas de mayoreo, observas a Watson haciendo ejercicio y empiezas a estresarte, a cansarte, a saber más de ella y de lo que va a suceder; pero por otro lado, el diseño de la escenografía de Mario Marín del Río, es enorme que cuando los cuatro personajes están corriendo o moviéndose de arriba para abajo es complicado poder disfrutar de las acciones de cada uno.
Tal vez hay algunas acciones, casi al final de la obra, que yo me hubiera ahorrado, que me hubiera encantado que no pasarán y de esta manera poder conocer un poquito más de la interacción que hubo entre estos personajes muy bien delineados, durante la "cena".
Todos corremos por un deseo, nos movemos para encontrarnos a nosotros mismos, ponemos velocidad para satisfacer nuestro ego y aparentes necesidades; nos enfocamos a esa meta que quizás nunca llegará; corremos para satisfacer a los demás; o de plano, apresuramos el camino sólo para huir (de ese instinto).
Sitio en el que se podrían mezclar la soledad, la tristeza, la esperanza, el amor filial, la fragilidad, tal como les sucedió a los cuatro protagonistas de esta historia escrita y dirigida por Barbara Colio, desarrollada en el Teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque.
Historia que explota, en múltiples sentidos, cuando un hombre rarámuri (Roberto Sosa) abre una bolsa de pan para tomar sólo los que necesita para llevar a su casa, y es en este momento donde un fotógrafo (Tizoc Arroyo), una mesera (Francesca Guillén) y una corredora de bolsa (Paula Watson), son quienes quieran o no, dejarán expuesto la velocidad en la que viven y el fin por lo que respiran día a día.
Los aparentemente desconocidos se mueven a su propio ritmo, con un fin en específico, a correr a lo largo y ancho de toda la bodega de un centro comercial y se detienen para contarnos parte de su vida, parte de su vacío, parte de sus experiencias, que si no fuera por el tiempo que se detuvo, quizás, no lo hubiéramos sabido.
La actriz que también participó en "Tal Vez Mañana sea un Día Cualquiera", está maravillosa, así lo tengo que remarcar, la forma en que aborda su personaje es un deleite, un gozo ver lo que realiza, a escasos metros de distancia, observas su mirada, su actitud y la piel que suda soledad, y al mismo tiempo esa altivez por la que camina.
Por su parte, tengo que mencionar que Guillén es enorme, me sorprendió gratamente, no me quedaba ninguna duda que lo iba a realizar de una forma puntual e hizo más allá; emite esa ternura e ilusión que sólo una estrellita de una caja puede menguar.
Sosa interpreta a un rarámuri, cuya manera de pensar puede ser la más compleja de todas y al mismo tiempo la más sencilla. Es muy grato poder disfrutar el trabajo del actor porque su personaje es tan serio, tan natural, tan lleno de verdad, tan trabajado.
Por su lado, Arroyo, deja huella en cada paso que da, en las respiraciones profundas que emite, en esa insospechada vida del personaje que quiso compartir.
Al ser un espacio tan grande, en cuanto llegas y te sientas en tu butaca, ya te involucras, te sientes en una de esas tiendas de mayoreo, observas a Watson haciendo ejercicio y empiezas a estresarte, a cansarte, a saber más de ella y de lo que va a suceder; pero por otro lado, el diseño de la escenografía de Mario Marín del Río, es enorme que cuando los cuatro personajes están corriendo o moviéndose de arriba para abajo es complicado poder disfrutar de las acciones de cada uno.
Tal vez hay algunas acciones, casi al final de la obra, que yo me hubiera ahorrado, que me hubiera encantado que no pasarán y de esta manera poder conocer un poquito más de la interacción que hubo entre estos personajes muy bien delineados, durante la "cena".
Todos corremos por un deseo, nos movemos para encontrarnos a nosotros mismos, ponemos velocidad para satisfacer nuestro ego y aparentes necesidades; nos enfocamos a esa meta que quizás nunca llegará; corremos para satisfacer a los demás; o de plano, apresuramos el camino sólo para huir (de ese instinto).
"Va a crecer viendo el asfalto y no las nubes"
INSTINTO
Centro Cultural del Bosque / Teatro El Galeón
DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN: Bárbara Colio.
REPARTO: Roberto Sosa, Francesca Guillén, Tizoc Arroyo y Paula Watson.