Ésta es una frase que se me quedó muy grabada de la puesta en escena "Junio en el 93", obra de Luis Mario Moncada, que nos permite no sólo descubrir cómo era la sociedad en la década de los 90, respecto a temas como la homosexualidad y el VIH, sino también, cómo se puede desarrollar un espectáculo teatral.
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La historia se enfoca en Junio, un joven actor que es llamado para que se mude a Jalapa para hacer una nueva recreación de la obra de Mishima, y es aquí que a través de dicho montaje, empezar a vivir consigo mismo, con el virus, con las personas que se van atravesando en su camino y resolviendo los afectos que ha dejado atrás.
Y justo aquí, se desencadena una serie de aprendizajes, relaciones que debe de aprender a mediar, situaciones personales que debe resolver, pero, al mismo tiempo prender una fogata, abrir los ojos y decidir qué es lo que (no) quiere en su vida.
Pero, siendo franco, la actriz sobresale por el personaje, por su manera de abordar el escenario, por la forma en que se entrega, por sus intenciones, me sorprendió.
Y mencionaba que no sólo la puesta en escena abordaba que era aceptarse (o no) como gay y todo lo conllevaba durante esa época tan represora, sino que los actores bajo la dirección de Martín Acosta realizan una reflexión en torno al montaje de una obra basada en la vida de Yukio Mishima.
Hay una escena que es una belleza, casi justo al final de la puesta en escena y es aquí donde se confirma que no es necesario grandes escenografías, sino cómo llevar una gran idea y aquí, con un par de movimientos, luces exactas y creatividad ambientan un momento increíble.
JUNIO EN EL 93
Teatro Helénico
Dramaturgia: Luis Mario Moncada
Dirección: Martín Acosta
Elenco: Mel Fuentes, Miguel Jiménez, Baruch Valdés y Medín Villatoro.