Sí, así se llama la más reciente puesta en escena que fui a ver, un título poco específico, muy genérico, es como si a un teatro le nombraran "Un Teatro"; el punto es que el título no favorece nada a toda la bomba que vi en el Foro Shakespeare, a todo el discurso contenido en él, a la semilla que dejó y qué aún hoy, después de un par de horas de haberla percibido, me sigue dando vueltas por la mente, sin parar.
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Ya estaba sentado en mi butaca y se empezó a escuchar un ruido, como de jardín de niños, la actriz Amaya Blas apareció en la segunda llamada, vestida con un overol obscuro manchado de pintura de colores con un actitud franca, un tanto "valemadrista", también burlona, a un lado del lienzo que será su espejo, que será su compañero, que serán esos miedos, que será una pesadilla... su verdad.
En el que plasmará, poco a poco, trazo a trazo, toda esa realidad, escenas de lo que vivió desde que, en una fila de un aeropuerto italiano conoció al ser que, tras centenares de pinceladas y miles de brochazos la desarmó, cambió el color de su vida, manchó de rojo su camino para siempre.
Porque si bien, el pliego de papel montado sobre un armatoste que permite rotarlo para tener un lienzo rectangular donde dibuja representaciones ilustrando algunas situaciones "hartantes" con sus hijos, podría ser una buen idea; pero siento que en ocasiones, era un limitante a la hora de dibujar y romperlo, una y otra vez, esa energía se hubiera enfocado a otros recursos más simples.
Porque la actriz es el hilo perfecto para conducirnos a un tejido que nadie quisiera ponerse, no necesitamos que esté enrollando y desenrollando; qué potencia de interpretación de Blas, la transformación de sus palabras, su mirada, su fuerza en el escenario, su tono es detonador, en especial, los últimos minutos, contarnos sin titubeos, los momentos más perturbadores que tuvo que pasar, nos lo anuncia con pausa, firme y nos lanza una bomba de tiempo.
Se juega con la iluminación en dos ambientes, principalmente, la mayor parte del tiempo es una luz directa, intensa; y cuando la intérprete recuerda caóticos instantes con sus dos hijos se vuelve mucho más cálida y acogedora; aunque existe una tercera, la más contundente, las más emotiva, en los últimos segundos de la narrativa, gracias a algunos elementos logran resaltar una imagen muy fuerte.
El monólogo del dramaturgo británico Dennis Kelly con la adaptación de Paula Zelaya Cervantes es un reflejo de lo que somos como sociedad, de lo que hemos cimentado, de lo humanidad que "hemos logrado ser" y sí, es una crítica a toda esa violencia "aceptada", pero también, es una denuncia.
Cuando terminó la obra dirigida por Itari Marta, no lloré, me quede en blanco, angustiado, enojado también, aplaudí, pero, segundos después, al salir del Foro Shakespeare, cuando respiré la calle de Zamora, sentí mucha emotividad, con un nudo en la garganta, difícil de describir.
Y este punto lo dejo hasta el final porque aunque sucedió durante la puesta en escena no es responsabilidad de los creadores, sino del recinto, ya que a la mitad de la obra apareció una cucaracha corriendo en el escenario, no sin antes haber estado o al menos, intentado estar en el cuerpo de una persona que estaba sentada junto a nosotros. Hasta brincó y varios nos dimos cuenta.
“Esto no les está pasando a ustedes,
ni tampoco está pasando ahorita”
Niñas y Niños
DRaMaTURGIA: Dennis Kelly
dIREcCIÓn: Itari MArTa
TRADUCCIÓN y AdaptaCiÓN: PAULA CElaya CERVANTES
ElEnCO: AmaYa Blas