Terminando de ver "La Golondrina", me quedé sin palabras, con algunas lágrimas en mi rostro, con mis anteojos empañados, pero, con ideas quizás contrastantes, porque me emocionó, la disfruté muchísimo, pero, también, me dolió profundamente, me quebró, me hizo trizas; siento que la puesta en escena invita a abrir una conversación, pero yo estaba ahí con el nudo en la garganta sin poder decir lo que me revoloteó todo lo que se plasmó en el Teatro Milán.
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Y lo digo porque el espectáculo se inspira en un atentado que dio la vuelta al mundo hace 7 años; porque ese odio en forma de balas tuvieron un propósito inhumano; porque aún no logro entender en qué cabeza cabe una acción tan irracional; esa matanza duele porque alguna de esas 50 personas que estaban en el Pulse de Orlando en 2016, pudieron haber sido yo, amigos, familiares, incluso, personas que no fueran parte de la Comunidad LGBT+.
Esos instantes que el creador Guillermo Clua absorbe, los concentra y apuesta por ir más allá, no se queda en el hecho, que sí es la arista, pero teje unos hilos de una manera muy compleja que nos lleva a conocer la profundidad de dos (o tres) personajes que no la están pasando nada bien, que necesitan dialogar, enfrentar la realidad y aceptar a quien tiene en frente tal y como es.
El director Alonso Íñíguez nos invita a formar parte de una familia desmoronada, de elementos que ocultan verdad, vomitan secretos, gritan espacio y se compenetran en silencios; porque a través de esta historia descubrimos diferentes maneras de pensar, de asimilar la realidad, de contrapuntear opiniones que al final lo podría entender, aunque no las compartes.
En esta sala donde vive la protagonista, en medio de recuerdos, libros, galletas acaneladas, fotografías y un piano, no sólo sale al descubierto temas como la diversidad, sino también, el dolor, la religión, la forma de enseñanza, el amor y las pérdidas, de una manera tan potente, tan substancial.
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No existe manera de no quedarte viendo la actuación de Margarita Sanz, de entender su personaje, de no admirar el papel que está desarrollando, de no sentir, a través de su piel, de sus palabras, de su mirada, de su comunicación no verbal, el dolor que lleva arrastrando; es verdaderamente un lujo poder presenciar el trabajo de ella, tan minucioso, tan preciso, tan arrollador.
Por su parte, a mí me tocó ver a Alejandro Puente quien alterna con Germán Bracco, y sentía que varias de sus acciones eran muy mecánicas, sobre todo en la primera mitad, no le creía del todo, me costó trabajo, pero, posteriormente, cuando hay detonantes, giros de tuercas, acciones que los enfrentan, es cuando le da "batalla" a su compañera actriz, que presiento no ha de ser cosa sencilla, por la presencia y poder que posee en el escenario.
Las últimos minutos son una belleza, no quiero describir lo que sucede, para que la vayas a ver, pero, lo tenía que mencionar porque fue mi parte favorita, lo que se dicen, que palabras escogen para emitir un mensaje, la interacción que hay entre ellos, es una belleza, sí, es igual una bomba de emociones, que se mezclan y adquieren un mayor significado.
Sin duda, "La Golondrina" es una gran experiencia teatral, crean un ambiente muy tenso, muy frío, pero que poco a poco se convierte en una montaña rusa que posee silencios, pausas, pero sobre todo choques entre dos personas que finalmente podrían estar en los mismos zapatos.
Y el recinto que lo había admirado por no vender botanas con envolturas ruidosas, ya se unió a la lista de "me vale que tenga celofán mientras vendamos" y qué mal, en especial, en obras como esta que no quieres que nada te interrumpa, porque en ciertas escenas donde había un silencio sepulcral, sin sonidos que estorbaran, aparecían quien estaba abriendo sus botanas y sus refrescos de lata. Así de terrible.
"El cielo de los mosquitos es en realidad el infierno de los hombres"
LA GOLONDRINA
Teatro Milán
DRAMATURGIA: Guillermo Clua
DIRECCIÓN: Alonso Íñiguez
ELENCO: Margarita Sanz, Alejandro Puente y Germán Bracco.