Seguramente si menciono "La Naranja Mecánica", se te vendrá a la mente la imagen de aquellos ojos azules penetrantes sujetados con pinzas, o la vestimenta blanca que portaban este grupo de seres "pacíficos" al realizar sus actos, o en su defecto, la tóxica leche que bebían en Koroba Milk Bar, pero estos recuerdos déjalos en el cajón si en el extremo caso observarás la obra del Teatro Virginia Fábregas.
La novela escrita en 1962 por Anthony Burgess y llevada a la pantalla grande por Stanley Kubrick en 1971, quien la volvió un clásico en la historia del cine llegó a los escenarios mexicanos para compartir esta historia llena de violencia, notas de Beethoven y substancias prohibidas.
Para quienes desconocen la narrativa, diré que cuenta la historia de Alex y sus amigos, un grupo que vive de la ultraviolencia, sin importarles quiénes son sus víctimas. Un día, el amante de la música clásica es detenido y lo someten al ficticio "Método Ludovico", que consiste en obligarlo a ver imágenes sumamente violentas durante un tiempo prolongado, sin parpadear.
Y de esta manera yo no me quedé a lo largo de casi dos horas sentado en mi butaca, al contrario, estaba impresionado por la forma de llevar esta historia al teatro, al mismo tiempo me preguntaba: ¿era necesario transportarlo a los escenarios?
¿Qué aporta este desarrollo en el espectador? ¿Qué tanto funciona lo que está pasando para la experiencia del público? Y lo digo muy sinceramente, desde un inicio, yo no me enganché, conforme pasaron los minutos me perdieron, me costó trabajo creer lo que estaba sucediendo en el escenario y considero que un factor importante fue el diseño de audio, en la mayoría de las ocasiones no se escuchaba bien, era extraño conocer lo que intentaban de decir y la voz en off, me brincaba igual.
En algunas ocasiones, la dicción de los intérpretes no ayudaba del todo y ya me daba igual si decían "me voy a dormir a la luz de la luna" o lo que es más probable que hayan mencionado: "Yo soy un criminal y quisiera recuperarme".
Por su parte, la escenografía la detesté, no la vi tan funcional, ya que tardaban mucho en sus transiciones y eso hacía que percibiera la obra mucho más lenta, y esa tela roja, que por el tiempo que llevan haciendo la obra (para mi sorpresa, un año), no justificaba que estuviera rota de uno de los lados.
Las interpretaciones del grupo de actores está desigual, unos mal, otros de repente hacen algo interesante, pero la única actriz es la que brilla mucho, su poderío en el escenario, su voz y su desarrollo destacan gratamente.
Al único que reconocí fue a Alfredo Gática ya lo había visto en algunas obras y está bien "a secas", creo que le falta dirección y quizá a todos, que por más que tratan de salvar este barco se va hundiendo, poco a poco, están en ocasiones perdidos.
Y ni decir de los comentarios chistosos que algunas veces mencionan, brincan del tono y están demasiados forzados, fuera del lugar.
Si con decirles que de lo más sobresaliente es un desnudo, imagínense, y no lo digo en forma morbosa, sólo es para poner en una balanza lo que esta obra me provocó, lo que me dejó y me cansó.
Y perdón por no escribir los créditos correspondientes de "La Naranja Mecánica" pero no dieron ni un sencillo programa de mano para enterarnos de quiénes fueron los artífices de este espectáculo, tanto en el escenario como a nivel técnico y creativo.